Puede que tuviera que afinar los sentidos
ante sus frases tan bien construidas.
Posiblemente mi silencio azuzó el lenguaje
de sus textos gramaticalmente impecables:
los sustantivos,
tan bien ilustrados,
las oraciones,
subordinadas con sus verbos
en la adecuada persona
puliendo los detalles
de este ingenuo desamor.
Sus tesis impolutas
ante mi incapaz
huida hacia ningún
lugar finalmente aceptable.
El arrojo en la intemperie,
un instante de lujuria
infantil en el sollozo
fatalmente entendido.
Los lugares comunes
que no quieren serlo.
Tal vez el temor
de ser el primero
en fundirse
como pan en el abrazo
que dejó un tiempo dudoso
y una única verdad,
la suya,
la mía.
Los textos interpretables
desde los lazos fungibles
con que nos han codiciado.
Puede que las horas se alíen
con mi temporal deshielo
y ardan constelaciones
que remuevan
los bordes de la sombra.
Llevarán un delirio las noches
adosado a mi segura compraventa.
Y en su armario, fielmente adaptado
a la múltiple función del desaliño,
habrá un lugar para mis ropas,
eso lo sé, lo llevo en los asientos
del circo que recorre las ciudades
que dibuja con líneas en el atlas
enciclopédico de mi coraza palpable.
Me desvisto del lenguaje superfluo.
Me desnudo ante su verbo,
esencial sintagma que me vive.
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