lunes, 25 de agosto de 2014

Suroeste


En algún suroeste de sombra fresca
encontré a la araña paciente
que aspira al trueque como forma de vida.

Es evidente, los senderos no están marcados,
en un adivinar el nombre científico de ciertos árboles
consiste el caminar cercado de naturales atávicos
como la primera vez que viste a una mujer desnuda
y no era mayo sino invierno.

La sed resiste, no se sacia con zumos
o fruta recién ordeñada, la sed tiene unas redes
que precisan rendición o desconcierto.
Encontré piedras desérticas fijamente enclaustradas,
oficio de agua y limpieza,
talismanes que nos miran
con la pasiva aventura de sabernos vivos.

Días que reviven luego
en fantásticos hoteles gastronómicos
de algún pueblo de media montaña
y buenos caldos.

Ladran perros en pedanías antiguas que
abdican, y derrocan al tiempo establecido
en arrozales distintos, en pereza
de árboles y construcciones vitales
que no activan mas allá de la altura de los pinos.

Es un tedio de horas rotas, ojos que convergen horizonte,
de viento frutal y omnipresente.
Dársenas sin culpa, ensenadas veloces, arena
que retorna en bucles repetidos
a la necesaria tarea del mañana. 

 

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