El
andamio
Te he dicho innumerables veces que nosotros no
somos únicos
ni mucho menos,
por diversas razones, entre otras
porque nunca quisimos disfrazarnos de amantes,
y además no tenemos esos ojos que se asemejan a una
pantalla,
en la cual
todos cuantos se miran sienten su conversión;
quiero decir,
que por el hecho de mirarnos
se convierten sin más ni más en televidentes,
y empiezan a vivir,
paralíticos y necrosándose,
en la televisión de la mirada.
No es eso, por supuesto,
y nadie va a pedirnos cuentas de nuestra alegre podredumbre,
ya que no nos ha sido necesario llevar un tren en el bolsillo,
ni queremos que todas las semanas llegue la primavera,
ni hemos juzgado a nadie,
y cuando hablamos con amigos nunca estamos inquietos
como anguilas escurridizas
esperando la menor ocasión para hacer la del humo.
Muchas cosas nos hacen diferentes,
es cierto,
pero no somos únicos
ni nos hemos sentido culpables,
ni siquiera llevamos una escafandra sobre el sexo
para hacer el amor sin ahogos;
y por si todos estos razonamientos fueran inútiles,
que lo son,
puesto que hay que contar con la inutilidad de casi todo lo
que hacemos,
fuerza es reconocer
que no tenemos lepra ministerial,
ni hemos sido tan ordenados
que pudiéramos anunciar nuestra defunción en la tarjeta de
visita,
ni llevamos una hormiga en la lengua que nos haga reír a la
hora justa.
Y tú sabes que en esto estriba nuestra suerte,
nuestra corriente alterna,
ya que somos mortales y vivimos la limosna diaria
y contamos los años por latidos y somos
laminaciones de estupor,
ceniza indivisible y volandera
pero ¡qué importa esto!
qué nos importa lo que pueda venir si la mentira es una
prórroga,
y nosotros no queremos mentir,
no nos queremos prorrogar,
no lo necesitamos para ser contumaces como dos seres que
se aman,
como dos tartamudos que se apoyan para encontrar su
identificación en una sola sílaba,
en una sola huella
o en una sola lágrima
que se va desplazando entre nosotros hasta que se convierte
en una lágrima dialogada,
mientras se juntan nuestros labios
con esa lenta espontaneidad con que se van uniendo los
bordes de una herida,
y nuestros corazones suben una vez más,
con esfuerzo testarudo y discípulo,
un amor
o un andamio,
un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la
mesa se hace pan
y todo queda vinculado,
mientras sigues subiendo como puedes,
un amor compartido
o un andamio,
ese andamio de juntura y perdón en que consiste la alegría.
3 de agosto de 1976
somos únicos
ni mucho menos,
por diversas razones, entre otras
porque nunca quisimos disfrazarnos de amantes,
y además no tenemos esos ojos que se asemejan a una
pantalla,
en la cual
todos cuantos se miran sienten su conversión;
quiero decir,
que por el hecho de mirarnos
se convierten sin más ni más en televidentes,
y empiezan a vivir,
paralíticos y necrosándose,
en la televisión de la mirada.
No es eso, por supuesto,
y nadie va a pedirnos cuentas de nuestra alegre podredumbre,
ya que no nos ha sido necesario llevar un tren en el bolsillo,
ni queremos que todas las semanas llegue la primavera,
ni hemos juzgado a nadie,
y cuando hablamos con amigos nunca estamos inquietos
como anguilas escurridizas
esperando la menor ocasión para hacer la del humo.
Muchas cosas nos hacen diferentes,
es cierto,
pero no somos únicos
ni nos hemos sentido culpables,
ni siquiera llevamos una escafandra sobre el sexo
para hacer el amor sin ahogos;
y por si todos estos razonamientos fueran inútiles,
que lo son,
puesto que hay que contar con la inutilidad de casi todo lo
que hacemos,
fuerza es reconocer
que no tenemos lepra ministerial,
ni hemos sido tan ordenados
que pudiéramos anunciar nuestra defunción en la tarjeta de
visita,
ni llevamos una hormiga en la lengua que nos haga reír a la
hora justa.
Y tú sabes que en esto estriba nuestra suerte,
nuestra corriente alterna,
ya que somos mortales y vivimos la limosna diaria
y contamos los años por latidos y somos
laminaciones de estupor,
ceniza indivisible y volandera
pero ¡qué importa esto!
qué nos importa lo que pueda venir si la mentira es una
prórroga,
y nosotros no queremos mentir,
no nos queremos prorrogar,
no lo necesitamos para ser contumaces como dos seres que
se aman,
como dos tartamudos que se apoyan para encontrar su
identificación en una sola sílaba,
en una sola huella
o en una sola lágrima
que se va desplazando entre nosotros hasta que se convierte
en una lágrima dialogada,
mientras se juntan nuestros labios
con esa lenta espontaneidad con que se van uniendo los
bordes de una herida,
y nuestros corazones suben una vez más,
con esfuerzo testarudo y discípulo,
un amor
o un andamio,
un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la
mesa se hace pan
y todo queda vinculado,
mientras sigues subiendo como puedes,
un amor compartido
o un andamio,
ese andamio de juntura y perdón en que consiste la alegría.
3 de agosto de 1976
Diario de una resurrección
Luis Rosales
1 comentario:
"un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la mesa se hace pan
y todo queda vinculado".
Cuando leí este libro este libro, estos versos, entre otros, me robaron el sentido.
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