Cobayas del Gran
Experimento, con luz fotovoltaica. Vida-placebo que va extendiendo sus
arrecifes como aceite derramado desde el ferrocarril cuyos ojos, lombriz
recreada, saben circular en doble dirección.
Desbordados de ceguera hasta los hombros, ciudadanos sin
cartilla, espuma ante la piedra artificial que ha sido edificada desde los
centros neurálgicos de la insidia.
Estadísticamente, la piel que nos recubre es una medida porosa de alcance
discontinuo. No llega su tacto al empuje binario de una cédula ni palpita con
la segura continencia del mercado establecido.
En el laboratorio de los hombres automáticos no hay
respuesta sin estímulo. Se programan las ubres en el búnker radioactivo. Donde
los pasos dibujan las flechas, ascensores de una sola vigilia reptan sus ceros
hacia los pasillos.
Dos lunas pintadas por bombillas fluorescentes.
Bayas y vainas impúdicamente reproductivas. La estupidez es una moneda de curso
legal. Solo las retinas de la dignidad tienen un olfato selectivo.
Caballos sin nombre y crines metálicas. Fábricas
deslocalizadas del desdén. Abrupta herida dorsal cada vez más satisfecha de sus
vísceras, más abrupta y más cortante y sin sutura, mueve la cincha que amamanta
la rueda.
Seguimos descendiendo al pozo con la
lumbre-artrosis que nos quema la mano?
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