lunes, 31 de octubre de 2011

Los silencios feroces



No quiero ser ese cabello
huérfano de hombro en tu blusa,
el peluche que respira
acompasado cada noche
en el lecho de tu mano
trenzando en mi pelo preso
mares de un solo remar.

Se abrieron las mazmorras del silencio,
las distancias ya tomaron posiciones
buscando el manual que las comprenda.

Tu déjame me aniquila,
no tiene orillas ni espasmos,
tiene dolor y me duele
como un afilador de cristal roto en el zapato.
Es un verbo homicida del tiempo recorrido,
inunda los paisajes que la memoria atesora
con el líquido extranjero de tus ojos sin agua.

Las horas del ciego vacío
se anudaron a las esquinas de la tarde
con un temor de años feroces
desgastados en la mansa enredadera.

Me quiebro en tu corto adiós inacabable.
Sobre la mesa me tiendo y escribo
palabras que rediman esta ausencia de lluvia
en nuestra carne derramada
entre los restos de las ruinas de un jardín
hollado de musgo hasta los hombros.


...



viernes, 28 de octubre de 2011

Cambio horario


El invierno
adelantó su programa:
breves cóleras tropicales
con hematoma en el beso;
un molar con ansia de empaste
para no bajar la cuota;
la anual protesta
recurrente y por escrito
(comic sans dejà vu);
el amor, varado,
como desde siempre,
y la lista de la compra
manchada de lágrima
y piedra seca al atardecer.



martes, 25 de octubre de 2011

Del tiempo sin retorno o La conciencia del Replicante



Quiero volver a la edad del pétalo en la mirada,
esa forma tan circular de completarme
y contemplarme exhausto desde el pretil que los meses
van devorando en mi boreal estepa de espuma sin motor.

Con la terquedad del vegetal anquilosado en plaza pública
me desvisto a la luz de tus primeras camisas.
No es el espejo compañero ideal de este oscuro deshielo,
mana la fuente entre las rocas con espíritu corrector.

Hasta el hastío, con sus libros de belleza inmóvil,
llega el rumor indolente de las artríticas horas,
tiempo inútil de paredes que satinan el blanco
y sueño sin sueños en las diagonales al dorso,
con fecha de caducidad.


...



lunes, 24 de octubre de 2011

Minutos musicales: Belle & Sebastian




If You're Feeling Sinister (1996) fue el segundo trabajo en la discografía de Belle & Sebastian, un disco redondo, en el que es difícil elegir una canción porque está tocado con la varita de la genialidad. Estos entrañables escoceses cuentan y cantan pequeñas fábulas pop agridulces de tono naif, a lo que contribuye la voz indolente de su líder Stuart Murdoch, compositor de la mayor parte de las canciones.

Son 10 gemas de pop saltarín, melancólico, ideal para tardes de lluvia. Bellas melodías para compartir y tararear. Pop inteligente hecho con sensibilidad, música atemporal.


...


jueves, 20 de octubre de 2011

Proposiciones

.
.
Intentemos el amor.
Frente a la molicie
transparente,
inútil
de un verso,
el beso,
todo luz,
detalle ovalado
en el erial del mundo.

Provoquemos el acto,
una fugaz rebeldía,
las manos
que encienden
e incendian
el páramo ciego.
Un suspiro voraz
se atrinchera
ante el conformismo.

Intentemos el amor.
Conjuguemos el verbo
de los cuerpos.
Arrasemos la belleza
hasta agotarla,
libres ya de la culpa
que sustenta
la carnal teoría
del pretexto.
.
.
.

martes, 18 de octubre de 2011

Otoño



La noche pinta de insomnio los labios.
Hay dardos ígneos y estepas en desbandada
en la pradera del sueño.

Las paredes naranjas de la tarde
pierden su ornamento en el nocturno vertical
y mi vientre es un rumor desbocado
en las aceras sin reloj. Ya la noche
cerró las puertas al súbito ronquido
y yo escribo con la tinta huraña del dolor.

Sombrean los presagios los bordes del papel
impreso a dos caras y sangrado corrector.
La luna está manchada en este tiempo hurtado,
tiene una herida en las vísceras y mana negra luz
en los contornos del sueño arrebatado.

Observo la textura que aletea en mi frente
¿es un colibrí tiznado o un anfibio roedor?
Invoco a la luz de una lámpara sin fuego
un sortilegio pirata, un viento protector,
tu perfume en mi lengua,
mi negrura en tu lunar.



lunes, 17 de octubre de 2011

Tiempos heridos





Pasarán veloces, altas aves rubias,
pasarán con trueno, con cielo, con el aire en fuga,
con estruendo volarán sobre aquel bulbo agitado.


La marea crece, digital e irresistible,
el puño crece, el grito crece,
crece el rapto y el beso, me crecen hasta los brazos para abrazarte.
Pasan los cuerpos que no quieren ser
habitantes del simulacro y el tedio. Vivir
no es aquella decadencia colonial en los mapas
con márgenes trazados por hombres rectilíneos.


Vivir es fácil, y a veces, casi alegre -gracias Gabriel-
y por eso es que crujen las arterias en las avenidas,
porque la sumisión no es una teoría aspirante al Nobel y
nuestras manos, fluvialmente dignas, no son yermas planicies,
goma moldeable, lisa, planamente asimilable.


No queremos los despojos y la culpa.
Aquí.
Ahora.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Poetas de guardia: Joan Margarit





Historia en un ático



La vida convirtiéndose -¿recuerdas?-
en viajes y trabajo.
La terraza, las vistas, y nosotros
mirando hacia otra parte: así acostumbra
a iniciarse el error: Pero al final,
hacía tanto frío que una tarde
cerramos la terraza de aquel ático.
Sabes lo que te ofrezco: un viejo buitre
a quien el miedo hace volar más alto
y que prepara su vertiginoso
descenso hacia las últimas carroñas.
Del confuso negocio del amor
quedan sólo las últimas monedas
de un tesoro saqueado. Conversemos,
ya que nosotros siempre hemos hablado,
y la conversación tiene el calor
que desea quien sube a un tren nocturno
como el que se me lleva: mi pasado
se borra y el futuro ya no es nadie.
Es otra clase de felicidad.





La espera

Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.






Súplica

De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas,
quédate sumergida en este patio
como si hubieses naufragado
dentro de nuestra vida.
Bajo el laurel, entre las aspidistras
de verdes hojas, anchas y románticas,
por favor, no te vayas, no te vayas.
Todo está preparado para ti.
Quédate, por favor, y no te vayas.
Tu fugaz triunfo sobre el nunca más,
dime si lo recuerdas: necesito
unas palabras con la clara y honda
voz de tu ausencia. Pero te recoges,
callada, en el pasado,
un lecho de tristeza fulgurante.
Así fuiste encerrándote, a lo largo de ocho meses,
en el capullo de la oscuridad,
y ahora, horrorizada por la luz,
surge aleteando la furiosa,
pálida mariposa de la muerte.
Pero, si estás muriéndote, aún vives,
y hago estallar la última alegría
de tu rostro cansado y las pequeñas
manos entre las mías. Y repito:
estar muriéndote es vivir aún.
De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas, no te vayas.








Joan Margarit






lunes, 10 de octubre de 2011

Presagios

Era una sana ortografía, una rara belleza
de surtidor, una savia caliente
de vida era.
Un geranio entre cal, viva flor de domingo
matinal, con el sol aferrado a las ventanas.

Era la puerta del mundo
de atrás,
donde las poetas sin texto firmaban armisticios.

Era el círculo sin su redondez asimilada
ni personal hendidura,
las sillas como letras buscando su lenguaje.
Piedras arando egoísmos,
alisando los bordes con singular empatía.

Eran los azares que equilibran los planetas
hasta alcanzar la latitud de un miércoles, último,
sin inercia en los senderos.


Una carta apostada junto al quinto revólver
rasgó los mañanas.

Ahora queda
saber el cómo y su respuesta
y una astilla en las sienes
horadando los taninos
que dejaron al sangrar
un rumor
de violetas y arándanos
en el paladar.

viernes, 7 de octubre de 2011

Blogueando: A un ángel que no sabía volar, de Elvira Daudet.

Fue la primera imagen del verano.
Salía del lavabo vacilante,
colgado de la frágil solapa del levitón
como un equilibrista. Y se quedó aturdido,
encuadrado en la luz devoradora
de un dramático plano "cinèma verité"
de muerto anticipado. Irreal, joven, bello,
extravagante: levita negra de buen corte
-abierta sobre el desnudo costillar-
igual que el pantalón hecho jirones.
Parecía un pobre de diseño
contratado para vender perfumes Christian Dior,
o un actor inverosímil y sobrecogedor.

Las burlonas miradas se enredaron
en las rastas de su rubia melena,
en el huesudo tórax,
en las verdes pupilas dilatadas.
Él recibió el impacto con paciente costumbre,
recobró el equilibrio y se marchó muy digno.

Lo encontré, siempre solo, varias veces
-caminaba sin tregua-
huyendo cauteloso de la gente.
Un día se sentó a mi lado en el paseo;
no olía a sal, como correspondía,
tampoco a libertad; olía a invierno,
a ropa húmeda, a pez muerto. No me moví:
tal vez necesitaba una sonrisa.
Para no asustarle le ofrecí un cigarrillo.
Entornó, receloso, las joyas de sus ojos,
observó sin recato mis manos de madera
y me leyó en los ojos el tiempo que me queda
mientras pasó un batallón de espectros hacia el mar.
"Los cigarrillos matan lentamente"
dijo, al fin, en francés con ironía,
y se fue con la prisa de un alto dignatario.

Siempre que nos cruzamos, a partir de ese día,
me miraba furioso y se escondía.
Una tarde vino hacia mí de frente,
tomó impulso, saltó en el aire e intentó volar
moviendo el faldón de su levita,
y se precipitó sobre las piedras.
Al auxiliarle vi que me espiaba
con un ojo entreabierto;
sentí un absurdo deseo de llorar.
No volví al paseo.

Lo hallaron en la playa unos bañistas,
un borrascoso día de septiembre.
Desde un mirador vi su excitación de fieras,
rodeando el cuerpo apaciguado,
que apenas contenía una burbuja
del beso de las olas como última caricia.
Reconocí de lejos su frío y su levita.

(Del libro "Cuaderno del delirio")





martes, 4 de octubre de 2011

El breve espacio.


Me bastaba con saberla firme,
radicalmente inconclusa,
savia en los tallos
que pergeñan la ponzoña
-dulce muerte enajenada-
del sueño que sucede
sinuoso al estallido.

Ulula la fuente sin plaza.

Me basta con rozar
su desnudez austral.