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Nosotros conocimos la generosa luz de la carne erguida,
la matinal dulzura del sol en las laderas.
El mundo era un efímero alimento, un magma
de soledad ilusa, la quimera de los elegidos.
La danza delgada de los ríos
se hizo amiga en los veranos,
aquella luz mediterránea reflejaba los naranjos en los trenes
y siempre había estaciones,
de indóciles andenes,
en los que no parar
porque el agujero era rosa,
tenía seis dimensiones y el tiempo
fue una construcción subjetiva anterior a las teorías
de la física cuántica,
un depósito de acero enaltecido
por la anchura avistada en los planetas. El Universo
era un arte en expansión,
un ente tan pequeño e infinito
como tu sexo y el mío.
Bajo el rojo candente de papilas golosas
dimos la espalda al dulce
con un mohín de indescifrable ironía.
Las horas
tomaron un papel equivocado y se alistaron
en las yertas filas enemigas.
Con cinismo infantil
y estudiado sarcasmo, acortamos el paso
y mirando hacia otro lado,
disimuladamente,
nos comimos los besos.
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3 comentarios:
qué bueno
"El mundo era un efímero alimento, un magma
de soledad ilusa, la quimera de los elegidos."
Ya estos versos valen un poema, y es que el conjunto es enormemente bueno.
Un abrazo.
Leo
Las horas acaban dándonos la espalda.
Son traidoras.
Saludos.
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