lunes, 21 de noviembre de 2016

Mujeres




Una mujer con fiebre
busca en el mercado.


Puede ser Monrovia, Barrio Medina, Port-au-Prince,
Mogadiscio, Samara, Gaborone, Teseney,
Kuchlak, Latakia, Ciudad Juárez,
también en Idomani hay una mujer
cargada de bolsas y 32 años
buscando en el sustento una razón
que la conduzca hasta el anochecer.


Cada nueva mañana olvida cómo es
un tejado cubierto de harapos,
el tiempo de vivir descalzos,
la soledad de no tener,
pero una mujer con fiebre no se arrodilla,
se aferra a la vida con todas sus extremidades
amasando la libertad que se prostituye al dinero,
rotas las uñas por la tierra que la ha de sepultar.



Mariam se llama la mujer
que muele su tristeza en cuencos
manufacturados en un local clandestino de Bangladesh .



Jasmine se llama la mujer
que se queda sola y siente miedo
y entra en la multitud de sombras y siente miedo.



Leila se llama la mujer
que huele metal en su horizonte
y tiene llagas en los brazos que levantan a su prole.



Salma se llama la mujer
doce horas al día
en el siglo precario en el que ha sido concebida.



Cynthia se llama la mujer
que se pesa desnuda en el baño
y promete al espejo la larga batalla de la redención.



Amira se llama la mujer
de diez años que nunca fue niña
vendida a las armas del hombre barbudo que juega a ganar.



Chandra se llama la mujer
que reúne sus fuerzas
en una asamblea de amor por los justos.



Nadia es el nombre de la mujer invisible,
la que canta a la Luna pasadas las diez,
la que está llegando con la longitud del cometa
a un tiempo de cerezas en la mesa ancha de los pueblos de piedra.



En los amplios paisajes reconquistados al destierro
el llanto del profeta retumba en las paredes.

El crujido del dolor está rodeando la casa.
La suerte esquiva la mirada a los pobres.



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