Pensar en que la vida se escapa.
Pensar en el almuerzo de tu hijo.
Pensar en algo tan simple como el fútbol o el basket.
Pensar en los sentimientos, los padres, en el tránsito de las estaciones.
Pensar en una palabra tuya o un gesto tuyo.
Pensar en la cena, tan sencillo como decirte:
merluza con patatas y zahahoria
y aceite de oliva en tu plato.
Pensar en lo que tanto nos gustaría,
o mejor dicho, soñar.
Pensar que los días pasan, y los placeres pasan
y hay que agarrarlos de las alas y subirse a ellos.
O no pensar
y abrazarte al llegar a casa, de noche
y andar contigo por una montaña de la provincia
y tomarnos una copa mientras vemos la última de Wong Kar-wai
y disfrutar viendo como tu hijo disfruta
y así pasa el tiempo y los pensamientos
se mezclan con el oxígeno y la lluvia
y crean algo distinto,
o mejor
para tí, para mí, para todos.
Lo cogemos
al vuelo
y desaparecemos
pero dejamos un rastro
en la nieve venidera.
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