martes, 8 de octubre de 2019

Gorbea


En el tapiz de hojas secas los cuerpos se saben ingrávidos, transparentes
un hálito de luz en la umbría es el silencio
que cubre la trenza de los árboles.
Peregrinos del hedonismo
lanzan la herida en hojarascas
devuelven al amparo su gratitud
sus pasos en la senda
se detienen a adivinar taxonomías
idean un decálogo absurdo
dialogan sobre ancestros y meteorología
ladean sus siluetas como siameses.
Han llegado hasta aquí carentes de prólogo
y en una cruz antigua han reparado su hambre
con frutas rojas.
Los caballos les ignoran
siegan el monte y fecundan la tierra con sus heces
parecen distraídos, distantes y dóciles.
A veces, se hunden en el manto como raíces
para aferrarse así a la vida que vendrá y desconocen.
Otras, el poema les sorprende de espaldas
abrazados al abedul más cercano
con los ojos inmóviles de mirar ahora.
En el cerca se escuchan cencerros
y en el lejos remotas campanas de iglesia.
Comprenden que el tiempo tiene una doble lectura.
El regreso es por un sendero distinto.
En cada encrucijada se miran a los ojos.


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