Tener las glándulas secas
iniciar un hábito y un segundo
después, rechazarlo
sentado en la silla de los días pares.
Desde la altura que me sustenta
ver en mis piernas de cemento una hendidura
y trocear el muro con unas tijeras romas.
Quedarme helado y al lado
estático y austero no veloz, no rayo o nube, no animal sediento
quedar semáforo y restar números
quedarme, restarme,
sin llegar a las puertas, sin llamar
sin acercarme a la calle
en las que están las puertas
a las que no llamo.
Búsqueda urgente de hielo.
Tono bajo.
Monótono.
Monocorde.
Monomando. Toallitas secas
atascadas
entre las costillas,
la cuerda
tensando la nuez
por la angostura. Demasiado norte
demasiada vértebra en la costra
que se desprende
que se despeina
a bandazos de viento. Demasiada piel no desnuda
y tan poco harapo, En una vía muerta
junto al hangar más vacío
mi cara de cuando soy yo
expuesta al sol
en los pasquines
del mediodía
y a los disparos del guarda
que vigila la honradez de los relojes. He fallado el tiro tantas veces
que ahora soy
un cadáver agujereado,
un reducto de tiempo
elástico
incapaz de danzar al son
de la música que todos
intentan bailar. Hombres con vaso
mueven sus rodillas
y sonríen bobos.
Todos se quieren marchar y no huyen
como harían los animales
más evolucionados. Latitud constante.
Latido frecuente. Buscando
en las puertas giratorias
la tercera salida.
No lleves en tus venas
una sangre que se hinche
y cierre su color a machetazos.
Mira la poca dificultad que tiene un árbol para sobrevivir en las ciudades y el tiempo que dedicamos a personas que ignoran lo mejor de ti.
Es viernes en marzo
y el cielo está tendiendo
a un color irrefutable. No pierdas la mirada
en cuerpos deshabitados.
Fíjate en la algarada que se extiende
como esa planta trepadora
que tanto te gusta
por un parque público
a las seis y media de la tarde
de un día que pudiera ser
cualquier otro en cualquier otro lugar
pero es aquí, en este magma de vida
que nos sostiene a golpes o a trazos
donde sucede el tiempo
asignado a tu deshielo
y se va haciendo tarde en la tarde
y yo no sé
si hay que cerrar las puertas
o abrir las ventanas.
estiro las sábanas y son
las cuatro de la tarde del
primer y luminoso
día que inicia marzo
intento aplanar la superficie
con mis manos pequeñas
los surcos se rebelan
quieren permanecer
marcar la huella que los cuerpos
dormidos y exhaustos
dejaron en su azogue
me limito a lo esencial
mantener el ecosistema:
las arrugas, los restos de piel,
el olor de dos cuerpos que fueron
masa confusa
esperando una terca primavera
Encontrar la pista seguirla no vacilar ante la duda que recrea raíces en mis dedos. Emplear el tiempo como si no existiera el tiempo. Seguir una norma e incumplirla a cada beso si es que te cruzas con besos o normas. Fundirse con los días y la vida a la manera natural con que las hojas se hacen camino en ciertos meses del año.