No serías, amor, un largo sueño.
La fecunda ingravidez de tu pálida mirada
se me haría tan potente, tan segura en su no muerte
que perversamente aniquilado,
volvería al lugar perdido de aquel, tu espejo,
que un día me reflejó,
y serías tú misma, la propia inesencia
de negadas auroras, de ausencias y lodos.
Porque tus dudas crearon el mundo,
le dieron color, emergieron sin luz de la nada
y se posaron -ellas, tan viajeras-
sobre flores, parques, huesos,
sobre tímidos aventureros huérfanos de tí,
tan solos.
Yo no las ví nacer pero las tuve entre mis tallos
como quien tiene un cuerpo.
Ellas -rubias y altas- me acariciaron el pecho,
me llevaron, tan ilusas, por estrechos manantiales,
jugamos, me hicieron preguntas,
felices en su dicha de no ser más que eso,
tus dudas,
mis dudas,
hermanas por siempre.
Eloy
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