No es esa minifalda vaquera
que te acabas de comprar,
o sí, no es
el vestido que elijo
y te llevo al probador
sabiendo
que será la prenda
que te enamore hasta las venas.
Sea, tal vez,
este sol ansioso
de nuestra superficie blanca,
voraz e impertinente,
como nuestras soledades
mutuamente inabarcables,
y las ganas de ahogarnos
en sábanas desconocidas,
en pueblos donde la piedra
es una digna palabra no dicha.
La circularidad
del poema
me obliga
a regresar al inicio:
esa falda te sienta
tan bien
como la primavera a los almendros,
e imagino
el vestido
acariciando tu piel
como hace la yedra
en algunos parajes pintorescos.
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